Ese día abrieron las rejas. Ya no había encierro, pero el pesar del cautiverio seguía ahí.
Los recuerdos, algunos intactos y otros deliberadamente borrosos, golpearon sus caras como una ráfaga de viento.

La Escuela de Suboficiales de Mecánica de la Armada (ESMA) ya no era un centro del horror, se había transformado en un espacio de memoria.

Una reja interminable, revestida con caras que ya no están,  los separaba del mayor sentido de pertenencia. Cayeron de rodillas al ingresar. Los hijos de los detenidos desaparecidos, que habían sufrido el peor de los tormentos, sabían que pisaban las huellas de sus padres. Llevaban flores y fotos. Muchos lloraban. Hubo silencio pero se dijo todo.

Cuando supe, los represores caminaban con nosotros

 

“Las cosas hay que llamarlas por su nombre y acá -si ustedes me permiten-, ya no como compañero y hermano de tantos compañeros con los que compartimos aquel tiempo, sino como presidente de la Nación Argentina, vengo a pedir perdón de parte del Estado Nacional por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia por tantas atrocidades”.

El 24 de marzo de 2004, Néstor Kirchner firmó con el entonces jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, un acuerdo entre la Nación y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para crear un Museo de la Memoria en donde había funcionado el mayor centro clandestino del horror durante los años 70.

Ese día, en ese acto emblemático, Kirchner dijo todo. Pero no fue magia, no lo había sido. Nunca lo fue. Había sido una deliberada decisión política de resignificar el terrorismo de Estado en genocidio.

Y en este punto hay que detenerse para hacer un poco de historia. Mucho antes, en los años 60, la perversidad de los poderes concentrados, con su brazo ejecutor en las Fuerzas Armadas, había diagramado un plan de “aniquilamiento” a una forma de pensar, a un proyecto de ideas.

¿Quién, en su sano juicio, podría pensar que las ideas pueden ser eliminadas? 

Pero lo pensaban y habían determinado que las exterminarían. La idea de imponer nuevas bases políticas, económicas y sociales significaba eliminar las anteriores. Y eso vendría acompañado del horror, las torturas, las violaciones, las desapariciones, los vuelos de la muerte y el robo sistemático de bebés.

Pero, además, claro está, se focalizaba en quienes militaban por otro modelo de país, que no era el neoliberal. Eso, ese “exterminio”, se llama genocidio.

El fin de la dictadura, la incipiente democracia, la llegada del expresidente Raúl Alfonsín y su decisión sin precedentes de realizar el juicio a las juntas militares no fueron suficientes para sortear la construcción de un grosero muro de impunidad.

Su subsistencia, a través de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, sólo fue posible gracias a un pacto de convivencia entre poderes.

Cuando Néstor Kirchner asumió, el 25 de mayo de 2003, sólo dos represores habían sido juzgados. Era la fecha de caducidad de ese pacto, el principio de la demolición de ese muro.

 

De paria a hijo restituido

Andrés La Blunda tenía apenas 3 meses de vida cuando, el 20 de abril de 1977, fue secuestrado, junto a sus padres, de su casa de la localidad bonaerense de San Fernando. Pedro y Mabel continúan desaparecidos.

 

Andrés La Blunda tenía tres meses cuando secuestraron a Pedro, su papá, y a Mabel Fontana, su mamá. Hoy es titular de la Casa de Santa Cruz en la Capital Federal.

 

Recuperé mi identidad a fines de los 90, cuando era el apogeo del neoliberalismo, cuando el sentido era otro, cuando la sociedad me devolvía otro sentido: empecé siendo el hijo de subversivos, un paria, y terminé siendo un nieto restituido por Abuelas de Plaza de Mayo”.

Actualmente, Andrés es el titular de la Casa de Santa Cruz. Su militancia, iniciada apenas cinco años después de conocer su verdadera historia, lo acercó a Alicia Kirchner y al proyecto kirchnerista.

“… pero entender cabalmente las historias de mis padres, entender su lucha, recién pude hacerlo a través de la reivindicación que hizo Néstor de sus compañeros desaparecidos. Esa resignificación me dio mucha inercia para ir por mi verdadera identidad…”, reflexiona Andrés.

 

Andrés La Blunda, hoy es titular de la Casa de Santa Cruz en la Capital Federal.

 

La devolución de ese sentido se transformó en algo colectivo.

Andrés relata a La Opinión Austral que, con el tiempo, quienes lo habían señalado como paria tal vez comenzaban a entender que también habían sido víctimas como sociedad de la dictadura.

“Vinieron a cambiar la identidad de la sociedad. Por eso se festeja cada restitución, porque la sociedad encuentra en la identidad del nieto, una identidad propia perdida durante el genocidio”, asegura.

Después Del horror

“Cuando Néstor aparece como candidato, nadie lo conocía. Yo estaba en España, porque uno de mis hijos vive allá, y no lo voté porque estaba de viaje. Entonces me llama mi hija, desde Buenos Aires, y me dice: ‘Mamá, mamá, escúchame: el turco está ganando. Pero para que no gane, vamos a votar a un tal Kichi Kuch’. ¡Ni siquiera se sabía el apellido, ni siquiera se sabía el apellido!”.

“Taty” Almeida se ríe a carcajadas mientras cuenta esa anécdota a La Opinión Austral.
Es la misma por la que Néstor y Cristina “se mataban de risa” cada vez que la recordaban.

Todos los presidentes nos recibían, pero él, además, nos escuchó. Y fue el primer presidente que tomó a los DDHH como política de Estado. No de un gobierno, del Estado. Las mismas políticas que continuó Cristina Fernández de Kirchner y, gracias a Dios, nuestro querido Alberto Fernández”.

“Esperame que ya vengo”, le dijo su hijo, Alejandro, pero no volvieron a verse. Ese 17 de junio de 1975, fue secuestrado y desaparecido. Ahora “Taty” lo escucha cada vez que lee el libro de poesías que había escrito con sólo 20 años. Desde entonces, como madre de Plaza de Mayo, nunca dejó de buscar memoria, verdad y justicia.

 

17 de junio de 1975. Alejandro le dijo a “Taty”, su mamá, “Esperame que ya vengo”. No volvió nunca más.

Néstor fue otro hijo para nosotras. Fue algo innovador en cuanto a la manera de gobernar
con esa forma campechana, pero firme. Fue un respiro, fue un regalo maravilloso después de tantos años de horror”, explica la mujer a la que casi nunca se la vio sin el pañuelo blanco sobre la cabeza.

Cambiar la historia

Estela de Carlotto también lo recuerda mucho y reivindica su decisión política de poner fin a la impunidad de décadas.

 

9 de febrero de 2005. Las Madres de Plaza de Mayo, visitaron a Néstor y llevaron las imágenes de sus hijos desaparecidos en dictadura.

 

“Cuando lo conocí fue antes de que asumiera. Cristina me había llamado para saber mi opinión sobre postulantes a la Secretaría de Derechos Humanos. Entonces fui a su casa. Charlando de lo que me quería proponer, se asoma Néstor. Primero su nariz y sus ojos, y después su cuerpo. Ahí me cayó tan simpático porque dijo: ‘Permiso, las voy a molestar”, cuenta Estela a La Opinión Austral y relata una curiosa conversación de entrecasa sobre ese día.

“- Cristina, voy a comprarme los zapatos para la asunción.
– Bueno, pero no te compres mocasines, por favor.
– Sí, sí, me voy a comprar mocasines.
– Bueno, entonces por lo menos que no tengan hebilla”.

Estela es la máxima referente de los Derechos Humanos en Argentina. No planeaba serlo. El secuestro y asesinato en 1978 de su hija Laura -embarazada de tres meses- la ubicaron en el camino indeclinable de la búsqueda de la verdad, la memoria y la justicia.

 

“Esa fue la primera mirada que tuve sobre ese hombre, tan simpático. Luego, en su carrera política, a lo largo de la presidencia, fue inolvidable. En esta que me tocó vivir, tan
dolorosa, junto a mis compañeras y los otros organismos, encontramos en Néstor todo el amparo, la solidaridad y el afecto”.

 

Estela junto a su hija Laura secuestrada en noviembre 1997. En cautiverio tuvo un hijo con un militante santacruceño llamado Ignacio Montoya.

 

Laura tenía razón. La advertencia que lanzaba a los militares sería el preludio de una vida de lucha: “Mi mamá no les va a perdonar lo que me están haciendo. Los va a perseguir mientras tenga vida”.

“Cuando fue el acto en la exESMA, nos tocó entrar por primera vez. Siempre habíamos estado detrás de las rejas, en la calle reclamando y con las puertas cerradas. Ese día, él nos abrió las puertas. Nos abrió ese espacio que estaba prohibido y lo apropiamos para los
Derechos Humanos. Ese día sentimos la decisión heroica y valiente de un presidente de cambiar la historia del olvido por la historia de la verdad, tener memoria y conseguir
justicia”.

Laura dio a luz esposada. Lo llamó Guido, como su papá y esposo de Estela. Lo besó durante escasas horas. No volvió a verlo y fue asesinada dos meses más tarde.

El discurso del 24 de marzo de 2004 “llegó al corazón de todos porque fue un compromiso de un hombre que venía a hacer otro país, a fundar otra etapa en una vida tan dolorosa como la que habíamos vivido durante la dictadura. Siempre lo sentimos como un hijo militante, compañero de nuestros hijos”, se acuerda.

Guido era Ignacio cuando empezó a dudar de su identidad. En agosto de 2014, Estela encontró en su nieto la sanación a una vida entera de dolor. A poco de cumplir 90 años, “estoy meditando mucho más el presente que el futuro”, confiesa a La Opinión Austral.

 

El nieto apareció tras un examen voluntario de ADN.

 

 

“Quienes dicen que el kirchnerismo se apropió de los Derechos Humanos, fue todo lo contrario. Ellos nos dieron respuestas. Los que nos apropiamos fuimos nosotros de
ellos: tanto de Néstor como de Cristina. Con cariño y amor, y con la comprensión de las personas que entienden la lucha sin rencor, sin odio, simplemente justicia y mucho amor”.

En 2007, la Corte Suprema de Justicia dictó la inconstitucionalidad de los indultos que había dispuesto Menem. En 2015, cuando finalizó el gobierno de Cristina, 2.821 personas habían sido acusadas por delitos de lesa humanidad. Actualmente, más de 915 represores fueron condenados.

“Siempre repudiamos la dictadura militar. Siempre dijimos que Videla, Massera y Agosti, y todos los sinvergüenzas que vinieran después, iban a ser sentados en el banquillo de la justicia constitucional para que respondan ante tantos abusos y crímenes cometidos contra el pueblo argentino”, Néstor Kirchner, 1983, Río Gallegos.

 

 

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