Luego de la visita de un grupo de kayakistas el pasado domingo, posterior a realizar su “bautismo” cruzando la ría, algunas incógnitas respecto al “otro lado” fueron compartidas en La Opinión Austral.
Muchos kayakistas optan por cruzar al otro lado de la ría.
Dentro de la delegación estuvieron Nancy Paéz y Juan Suárez, periodistas del Grupo La Opinión. El agua, más clara, y las características de su costa se suman a las variaciones respecto a lo que vemos cerca de la Av. Costanera Almirante Brown en Río Gallegos.
Pero no es lo único que llama la atención del “otro lado”. “Clavo mi remo en el agua, llevo tu remo en el mío, creo que he visto una luz, al otro lado del río”, canta el uruguayo Jorge Drexler en su sencillo “Al otro lado del río”.
La actividad que se realizó el fin de semana pasado.
Y seguro que cruzando la ría hubo una luz, más de una quizás. Porque más allá de lo estrictamente generado por la naturaleza y el paso del tiempo, una de las principales incógnitas se la lleva una edificación de gran magnitud. Nos referimos al “Palacio Rivera”, también conocido como “Castillo Villa Victoria”.
El “Palacio Rivera”, también conocido por algunos como “Villa Victoria”
Sí, del otro lado de la capital santacruceña hay un palacio o hubo, mejor dicho. Como si se tratara del barrio Recoleta en la Ciudad de Buenos Aires, pero con ubicación en la margen norte del río Gallegos, allí se localiza una estructura arquitectónica adecuada para formar parte del prestigioso barrio de la capital bonaerense. Un estilo francés similar por ejemplo- a la ciudad de Versalles.
Una vista general detrás de la llamativa edificación al “otro lado” del estuario.
En una semana particular cuando se trata de palacios, nada tiene que ver el presidente de Rusia, Vladimir Putin, con este caso.
Es que, durante los últimos días desde Moscú, el opositor Alexey Navalny (detenido desde su regreso a terreno europeo) se defendió acusando al presidente ruso de ser dueño de un verdadero “palacio” a orillas del mar Negro.
En contrapartida, este sábado un multimillonario de aquel país afirmó ser el propietario. “Llegué a un acuerdo con los acreedores hace unos años y me convertí en beneficiario de este sitio”, declaró Rotenberg en su servicio de prensa. Volviendo a nuestras latitudes, las investigaciones no hacen falta, esa fortificación fue propiedad de Don Victoriano Rivera.
Uno de los primeros
En un extracto del libro “La Patagonia Argentina: Territorio de Santa Cruz”, publicado en 1924, se puede leer sobre Rivera: “Este poblador forma parte del grupo de españoles que se establecieron en Santa Cruz, a instancias muchos de ellos de don José Montes, y a los cuales debe el territorio una gran parte de sus adelantos”.
“Hombres decididos a triunfar a todo trance traían un caudal inextinguible de energías que pudieran emplear con éxito en la explotación de una región casi virgen y que ofrecía magníficas perspectivas para los que, como ellos, tenían un alma bien templada para las luchas del desierto y las rudezas de la labor que tenían que acometer”.
Registro fotográfico del “Palacio Rivera” hace unos años.
Debemos mencionar que generalmente- los antiguos pobladores extranjeros no se interesaban por la tierra de los lejanos lugares a los que iban.
Aquella tierra no era la suya y la “inestabilidad política” de las repúblicas hispanoamericanas no alentaba a disponer de grandes extensiones de terreno. A contracorriente de esas suposiciones, Don Victoriano Rivera amplió sus bienes con la construcción del mencionado palacio de tinte europeo.
De película
Envidiable para cualquier producción de Netflix durante la pandemia, hoy la estructura se mantiene en pie, aunque probablemente no se asemeje a lo que podría haber sido el “castillo” hace un siglo.
A simple vista las fotografías permiten observar al menos tres pisos de construcción, un sinfín de ventanales, puertas grandísimas, un amplio jardín y una importante presencia de muros. Destinados -seguramente- a la protección e intimidad del “Palacio Rivera”.
¿Fiestas?
Algunos pobladores de épocas de antaño, se animan a confesar que había familias ricas de la ciudad que cruzaban el río en barcazas a la noche para asistir a fiestas elitistas.
Se ubica en la estancia “La Bahía”, cerca del margen norte del río Gallegos
De esas que podría imaginarse cualquiera en algún rodaje de cine europeo: trajes de gala, vestidos elegantes, máscaras, música de salón y lujo. Mucho lujo.
Hasta 1900, el territorio de Santa Cruz se distribuyó entre los hermanos Montes y sus socios. José Montes pobló la estancia La Costa, y más adelante Las Buitreras y Cancha Carrera. Eugenio Fernández pobló la estancia Alquinta, y Victoriano Rivera, la estancia Bahía, al norte de Río Gallegos, en la que hizo construir su palacio.
Don Victoriano Rivera
Victoriano Rivera era un español que había adquirido las tierras situadas entre los ríos Coyle y Gallegos. Sus posesiones ocupaban la zona de la bahía y el estuario, y de este modo se veía beneficiado por las entradas de los navíos al puerto.
La fortificación “del otro lado” fue propiedad de Don Victoriano Rivera, antiguo poblador
Él, al igual que varios estancieros de la zona, se dedicó a la cría de ganado ovino, lo que le provocó enormes ingresos para la época. Aunque esto tendría su final en 1918, cuando aproximadamente 20 años después de haberse instalado se declaró en quiebra.
La “Torta”
Rápidamente, tal como contamos en otras ediciones, identificamos paisajes diferentes a tan solo tres kilómetros de distancia de nuestra ciudad.
Rocas planas y el efecto de la erosión.
En esa identificación, vale destacar la geografía más predominante del lugar: se trata de “La Torta”. Una formación de corteza terrestre producto del desgaste del suelo que logró esa particular forma y, por esa misma erosión, también existe una gran cantidad de pequeñas cuevas.
La “Torta”, una corteza terrestre con su particular forma.
Probablemente, algunos detalles respecto al “palacio” escapen por ahora- de nuestras manos. Como si hubiese sido trasladado directamente desde las avenidas Scalabrini Ortiz y Las Heras, en Buenos Aires, frente a la costanera local se ubica un escenario que permite abrir el imaginario riogalleguense hacia historias jamás pensadas. El “otro lado”, una cuna de episodios para el anecdotario patagónico.
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