Hijo del bioquímico Julio Alberto Harris y la maestra Dora Dapeña, Eduardo “Lalo” Harris nació el 6 de febrero de 1938. “Me crié en Buenos Aires, en la capital misma. Desde chiquito quise ser médico”, empieza contando Harris a La Opinión Austral.
Inició un año antes sus estudios primarios. “Las empleadas le decían a mi mamá que hacía mucho lío en mi casa cuando me quedaba solo en la casa, tenía cuatro años, entonces me llevó de la manito al colegio, hice primer grado y me fue bien”, cuenta.
Sus estudios universitarios los realizó en la Universidad de Buenos Aires (UBA). “En 4to año, entré en la guardia del Hospital Ramos Mejía, un hospital de primera que tenía un pabellón de cardiología que era famoso en todos lados. Los miércoles, me escapaba de la guardia e iba a ver electrocardiogramas, a escuchar soplos y todo eso, me gustaba la cardiología“.
El padre de uno de sus compañeros, que era brigadier, quiso que recibidos un par ingresen a la Fuerza Aérea Argentina y así fue que Harris trabajó en el servicio de cardiología del Hospital Aeronáutico de Pompeya.
– Lo llamé Harris porque lo voy a mandar al sur
– ¿Adónde?
– A Río Gallegos.
– ¿Adónde?
– A Río Gallegos.
– Pero, eso ¿dónde está?
Así, en 1962, con 24 años, Harris era informado de su nuevo destino: Santa Cruz, un lugar que tenía apenas seis años siendo provincia. La solicitud para trasladarlo a Río Gallegos se debía a dos motivos, por un lado, su especialidad, y por otro, el inicio de vuelos para tareas antárticas.
“Me escapaba de la guardia del Hospital Mejía e iba ver ‘electros’, a escuchar soplos”.
En el Casino de Oficiales en Río Gallegos, conoció, sin saberlo, al Dr. Curci, quien al día siguiente lo citó y como ministro, lo convocó para ser cardiólogo del hospital. “Era el único cardiólogo en la provincia. De Puerto Deseado para abajo agarraba yo, y de Deseado para el norte, Comodoro Rivadavia“, explica.
Casi no había tecnología en cardiología, por lo que electrocardiógrafo que trajo en su equipaje fue esencial para su labor diaria. Tiempo después, convenció al ministro de que compre un electrocardiógrafo para el hospital, ya sea para la atención en consultorio o el monitoreo en operaciones.
“Después me empezaron a llamar de los sanatorios. Curci tenía un sanatorio, también me llamaban de la Clínica Borelli. Se me fue poniendo cada vez más espesa la cosa”, reconoce, y agrega que “los mismos médicos me pedían que ponga un consultorio privado para mandarme a sus enfermos”.
Su primer consultorio se ubicó en calle Fagnano 38, 1er piso.
Sobre cómo se fue afianzando el vinculo con los pacientes, señala: “Tuve buen rapport, siempre fueron bien tratados” y entre las anécdotas, recuerda a Montes, un paciente español, al que atendió por un infarto en su casa, ya que en aquel entonces no había unidad coronaria. “Salió bien, contento, y me dijo: ‘Tenés un boleto ida y vuelta a España, quiero invitarte a mi casa’… y después se murió”, completa al tiempo que destaca que “era muy generoso”.
Vida social
A pesar de lo demandante de su profesión, Harris lograba repartir su tiempo participando de organizaciones como el Aeroclub Río Gallegos, el Club de Leones y el Club Británico, o inclusive fundándolas como en el caso del Río Gallegos Golf Club.
También practicó pelota paleta en el Atlético Boxing Club, squash en la cancha que supo tener el Club Británico y realizó el curso de piloto civil privado, participando en competencias, y logrando ganar, en el 2000 en Tolhuin, en aterrizaje de precisión. Aún tiene una cuenta pendiente que es poder usar el lomillo de pato en Santa Cruz.
Más propuestas
En su extensísima trayectoria se incluyó el trabajo para la plataforma de Shell que, con el paso del tiempo, lo cansó. Así, el Dr. Fernando Peliche, al que había traído Harris, se sumó.
Hubo muchas más propuestas laborales. “Pepe” López Lestón, director de Vialidad Nacional, lo convocó como asesor, y a los seis meses le solicitaron trabajar para el Distrito de Ushuaia para lo cual viajaba una vez al mes.
“Los pacientes saben buscar y reconocer al buen médico, y después lo siguen”.
Además, con los doctores Demarco, Ferrada, Lorenzo y Luraschi, fundarían el Sanatorio del Sur que funcionó por al menos unos cinco años. “Después se agrandó Gallegos y nos pidieron si podíamos poner nuestro sanatorio con el otro que iban a hacer, dijimos que sí. Vendimos el sanatorio y ahí nació Medisur (NdR. Se fundó en 1978)”.
Demarco era médico de la Unidad Penitenciaria N° 15 y le pidió que lo reemplace por vacaciones, lo hizo durante dos años y luego siguió cuando Demarco renunció. “La pasé de 10, no sabés como me querían los presos…”, valora.
DIALCOR
“El Centro de Diálisis fue un accidente”, dice sobre DIALCOR, ubicado desde sus inicios en Estrada 354. “Con Peliche éramos los directores del centro de diálisis del hospital que estaba junto a terapia intensiva y se nos morían pacientes que venían de Río Turbio, de la mina, estaban muy destruidos o con los riñones mal”, recuerda.
Ante esta situación Peliche y Harris hablaron con el ministro, el Dr. Borelli, y le pidieron que se realice la compra de un riñón artificial y que los capaciten.
“Pusimos el riñón artificial en el hospital y empezaron a caer tipos que estaban en Bahía Blanca, en Buenos Aires, en La Plata, estaban lejos de la familia porque no tenían donde dializarse“.
Al tiempo, un médico del Ejército llegó de pase y les propuso instalar un centro privado, acordaron y sacaron un crédito.
“Se nos morían pacientes que venían de Río Turbio, de la mina”.
“A los seis meses que pusimos DIALCOR dijo: ‘Muchachos, me salió el pase otra vez al hospital militar'”. Así, con deuda incluida, Peliche y Harris quedaron al frente del centro de diálisis.
“Estaba cansado y Peliche también. Peliche viene un día y me dice: ‘Sabes que me ofrecieron ir de director del hospital, no quiero desperdiciar esto porque después cuando me jubile, no es lo mismo'”, recuerda.
En busca de un colega, un nefrólogo de Comodoro Rivadavia le recomendó a un médico de Córdoba, constató las referencias y lo trajo, así se sumó Carlos Martínez Colombres.
Cada nuevo profesional convocado fue primero por recomendación, pero luego habiendo constatado las referencias, sobre lo que explica: “Yo no voy a traer a cualquier zángano porque cuando vos traes un zángano tenés que hacer el trabajo tuyo y el del zángano”.
Por la demanda de trabajo, consideró necesario contar con un equipo más grande y le pidió a Martínez Colombres que consiga un médico especializado en medicina interna. Así, llegó Alejandro Avakian.
“Avakian es, en este momento, el mejor clínico de Río Gallegos”, subraya.
Los consejos
En el cierre de la entrevista, Harris también habló de los pacientes y cómo han sido estos 50 años de trayectoria. “Los pacientes siempre son buenos, son sufrientes. Saben buscar y reconocer al buen médico y después lo siguen”, analiza.
En tanto que consultado sobre qué tan responsables son los pacientes, afirma que “hacen caso y si no hacen caso, hay que echarlos y decirles: ‘Ud no me cumplió con esto, váyase’. Sabés cómo vuelven con la cabecita gacha…”.
Harris ha tenido una trayectoria muy extensa y valora cada trabajo. “He disfrutado con todo”, asegura.
En el cierre, al solicitarle un consejo para los profesionales, manifiesta: “Lo que aconsejaba Favaloro, estuve un tiempo con él en Buenos Aires, recomendaba que la medicina había que hacerla humanitaria, que cuando veías un paciente le preguntases cómo estaba, si comía, si la familia estaba bien y demás. Aconsejaría que sean humanitarios en la medicina que practican“.
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