Your browser doesn’t support HTML5 audio

Por Gabriel E. González/ Somos cítrica

A cuatro décadas de encabezar la más famosa de sus tantas aventuras, este pequeño gran hombre de vitales 75 años está en la plaza principal de su patria chica, Dolores.

Una de las esquinas rinde honores al general José de San Martín; otra, a Eva Perón; la tercera, a Raúl Alfonsín; y en la cuarta brilla orgullosa la vela de la Atlantis, la expedición que Alfredo Barragán -el pequeño gran hombre- compartió con cuatro amigos cuando cruzaron el océano en una balsa de madera, sin timón ni motor.

Una hazaña que sigue conmoviendo al mundo y que nadie se atrevió a repetir: fueron 52 días y cinco mil kilómetros, de las islas Canarias a Venezuela, para demostrar que hace tres milenios marinos africanos pudieron haber llegado a América, mucho antes que Cristóbal Colón.

Del 4 al 6 de octubre próximos, en Dolores, los cinco integrantes de Atlantis celebrarán la aventura que comenzó el 22 de mayo de 1984 en Santa Cruz de Tenerife y se cerró el 12 de julio en el puerto de La Guaira, cerca de Caracas. Ahora, 40 años después, Barragán rememora para Cítrica aquella expedición:

“El proyecto, que nació cuatro años antes, consistía en cruzar el Atlántico en una balsa de troncos unidos por cuerdas vegetales, sin motor ni timón y con una vela en proa, es decir, una copia de cómo habría sido una balsa africana precolombina”.

La tripulación estaba integrada por el capitán Barragán; Jorge “Vasco” Iriberri, el segundo; el ingeniero Daniel Sánchez Magariños, a cargo de los cálculos de navegación astronómica; Félix Arrieta, responsable de la filmación; y Horacio Cinccaglia, primer oficial y cocinero. Eso sí, todos eran marineros, atentos al permanente mantenimiento de la embarcación.

Continúa ahora Barragán con el relato de la navegación: “Considerando las corrientes y los vientos, estimamos que tardaríamos entre 50 y 60 días en llegar, y no nos equivocamos, fueron 52. La balsa tenía nueve troncos de hasta trece metros de largo y 60 centímetros de diámetro mientras que la manga (el ancho de la balsa) era de unos cinco metros. La única vela había sido confeccionada con un viejo velamen de la Fragata Libertad”.

“Los primeros días perdimos unos siete kilos cada uno, pero luego nos adaptamos a la actividad y a la comida. Durante la travesía enfrentamos dos tormentas, una muy brava, con olas de 8 metros de altura y vientos de 90 kilómetros por hora”. ¿Qué pasaba si alguien caía al agua? La balsa no tenía timón ni ancla y para el caso de un accidente, de la popa colgaban sogas de 70 metros de largo para aferrarse al caer. De ninguna manera un tripulante debía arrojarse para rescatarlo porque era preferible perder un hombre y no dos”.

Además de algunos instrumentos de navegación y transmisor radial, a bordo llevaban 27 barriles de comida, 60 bidones de agua potable, un botiquín y equipos de fotografía y filmación.

En la madrugada del 12 de julio, invadidos por la emoción, los cinco vieron de cerca los edificios de La Guaira, y con la bandera argentina ondeando en el mástil supieron que la misión estaba cumplida. Tal vez hayan gritado tierra, como Rodrigo de Triana, pero a diferencia de Cristóbal Colón -“como se sabía desde hace siglos, él no fue el primero en llegar a América sino el primero en regresar a Europa”, reflexiona Barragán- los cinco aventureros argentinos no aceptaron sponsors, al estilo de los Reyes Católicos, “simplemente porque la balsa y nuestra aventura nos parecen más bellas sin publicidad”.

A su regreso al país, la embarcación -que hoy se encuentra en un depósito en Dolores- fue exhibida al pie del Obelisco porteño. Y cuatro años después se estrenó “Expedición Atlantis”, la película que guionó y dirigió Barragán, y que vieron más de un millón de personas en los cines argentinos. Todos ellos coincidieron en que la frase acuñada por el capitán de la balsa al volver -“Que el hombre sepa que el hombre puede”- es el mejor ejemplo de perseverancia.

Su lugar en el mundo

Alfredo es bisnieto, nieto e hijo de abogados. Su bisabuelo, Hermógenes Barragán, abrió el estudio familiar en 1870, y es el más antiguo de la provincia de Buenos Aires.

En 1975 Alfredo fundó el Centro de Actividades Deportivas de Exploración e Investigación y más tarde fue secretario de Turismo municipal; hoy ya se ha jubilado como abogado. Pero eso no significa que se duerma en los laureles. Su próxima aventura es concretar el Museo de la Exploración que, por supuesto, estará en Dolores, cerca de la Autovía 2. La intención es reunir la mayor cantidad de testimonios de grandes aventuras nacionales e internacionales.

Estarán, claro, las hazañas propias como la Expedición Atlantis; el cruce de la Cordillera en globo; las ascensiones al Aconcagua y al Kilimanjaro en África; la travesía en gomón por el río Colorado hace más de medio siglo; o la del Mar de las Antillas, uniendo en kayac 23 islas de doce países. Pero también tendrán su lugar las expediciones antárticas como cuando el general Jorge Leal llegó al Polo Sur en 1965; los viajes de Marco Polo, Colón o Magallanes; las misiones de David Livingstone y Henry Stanley en África; o la travesía por el Pacífico en balsa del noruego Thor Heyerdahl, admirado por Barragán.

El intrépido abogado de Dolores recuerda ahora que su primera aventura fue a los 14 años, encabezando una bicicleteada de 170 kilómetros entre su ciudad y San Clemente de Tuyú. Y que la última -por ahora- fue en enero pasado, dándole al remo en los lagos del Parque Nacional Los Alerces, en Chubut.

Eso sí, Barragán admite que nada podría haberse concretado sin la inspiración que los libros de Daniel Defoe, Julio Verne o Emilio Salgari le dieron en su infancia. Y mucho menos sin el apoyo familiar, primero el de su padre y desde hace 50 años los de su esposa, su hija y sus dos nietas.

Leé más notas de La Opinión Austral

Ver comentarios